HOMBRES Y SOMBRAS

LA MÁSCARA Y LA MANIPULACIÓN. INTERROGANTES ACERCA DE CÓMO AFRONTAR EL DEBATE SOBRE EL SEXO/GÉNERO

En cuanto puedo me la quito. La máscara, por supuesto. No sólo porque me da calor, sino porque me oprime, dificulta mi respiración. Y, en según qué espacios, parece que esté colaborando en confundir Barcelona, Madrid, Bruselas o Londres con Ryad.

Realmente la pandemia de la covid-19 nos ha situado en otra galaxia. Especialmente a muchas mujeres, en muchos lugares. Y nos ha enfrentado a un cuasi-cambio cultural, buscando el aislamiento frente al virus, que nos ha aislado también de la vida que llevábamos anteriormente. Viajábamos, íbamos al cine y al teatro, a los conciertos…. A reuniones, a manifestaciones…. A todo aquello que estaba vinculado a nuestra cultura europea.

Pero claro, ahora, adiós libre circulación, adiós espectáculos, adiós paseos desenvueltos…. Si nos despertaron Emilia Pardo Bazán, Flora Tristán, Clara Campoamor y, más tarde, Betty Friedan, Simone de Beauvoir o Gloria Steinem, ahora no acabamos de ver si tenemos sexo, género, transgénero o si somos intersex, pues el totum revolutum que ha tenido lugar con los conceptos que teníamos claros para reforzar nuestra identidad como mujeres, ha sido un claro obstaculizador para el desarrollo a que tenemos derecho en cuanto que tales. Más en tiempos de confinamiento o des-confinamiento.

Casi cuarenta años he dedicado a procurar que las normas jurídicas sobre las que he podido tener influencia no fueran discriminatorias, generasen avances hacia la igualdad real de mujeres y hombres y, sobre todo, estuvieran dotadas de suficientes garantías como para ayudar a que fueran eficaces. Tratados europeos, Carta de Derechos Fundamentales de la UE, Leyes de igualdad nacionales y regionales…. en aras de la igualdad de mujeres y hombres y de la no discriminación por razón de sexo u orientación sexual. Lo teníamos claro. Se trataba de que ninguna persona quedara en situación de debilidad jurídica para que la igualdad social se fuera alcanzando, también en terreno político o en el ámbito laboral o familiar. Siempre pensando en que, a lo largo de los siglos, como se venía demostrando, ser mujeres había resultado más difícil que ser hombres.

Y resulta que, cuando nos habíamos casi creído que estábamos cerca de alcanzarlo, al menos en nuestra sociedad europea, nos han caído, como del cielo, toda una serie de estereotipos de género que no hacen otra cosa más que confundir al personal. Primero por la disimilitud de sistemas jurídicos a los que se ha querido considerar como modelo. Y después porque proyectar tal confusión conceptual en el común de los mortales, fuera mujer o fuera hombre, ha provocado el mayor de los desconciertos que he podido observar en los últimos años.

De reivindicar las acciones positivas como medidas transitorias, especialmente de ámbito laboral y político, dirigidas a ir compensando los desequilibrios preexistentes, teniendo en cuenta criterios jurisprudenciales sumamente elaborados para evitar que tales medidas pudieran generar discriminaciones, hemos pasado a generalizar la victimización de las mujeres, que precisan de una protección especial en cuanto que tales que les da, además, derecho a considerar que el hombre es su potencial enemigo y, por lo tanto, incluso hay que permitir lo que jurídicamente consideramos inversión de la carga de la prueba destruyendo toda presunción de inocencia, porque, pobrecitas, las víctimas todo se lo merecen. Ha habido un salto generacional ideológico en el vacío, puesto que no existe, como debe ser en todo análisis de Ciencias Sociales, el jurídico incluido, ningún razonamiento lógico que permita que nuestras hijas puedan sentirse discriminadas si no consiguen que su palabra sea ley. Se enfrentan a un falso machismo, disfrazado de retórica igualitaria, que a mi modo de ver lo único que hace es perjudicarlas, al no reconocerles la cualidad de seres pensantes porque son permanentemente víctimas.

¿Estaba más discriminada Rosa Parks por ser mujer o por ser negra? Legítimamente dejó de considerarse víctima para reclamar ser sujeto de derechos, no objeto de regulaciones. Y esa dignidad que obtuvo jurídicamente, para poder ser igual en derechos, no la revictimizó sino que la instituyó en símbolo. Era mujer y negra. Igual a todos los hombres y mujeres, fueran negros o blancos.

Pero, claro, ahora no está claro si somos mujeres y hombres, es decir, si el sexo biológico es lo que identifica a dos colectivos que, siendo jurídicamente iguales, al menos hasta ahora en la concepción que tiene de ello nuestro Derecho, no tienen por qué serlo en la vida práctica porque los estereotipos de género, es decir, de concepción social dominante, constituyen una barrera de difícil, por no decir imposible, según relatan quienes defienden tales consideraciones, superación. Por ello hay que instaurar medidas de dirigismo social, conceptualmente complicadas, que, en el fondo, dentro de ese totum revolutum al que anteriormente he hecho alusión, nos invisibilizan como mujeres. Ya no podemos ni tan siquiera ser feministas, si no lo somos tal como quieren que seamos quienes ahora definen el feminismo. Y si, además, tenemos que ocultarnos tras la máscara a que ha obligado la pandemia, más invisibles todavía.

Es, ciertamente, complicado. No podemos hablar de igualdad substancial, porque existen diferencias biológicas. Y las diferencias culturales nos impiden muchas veces plantearnos debidamente la igualdad formal, es decir, frente al Derecho, que es lo que, a mí, desde mi especialidad, me preocupa. Sobre todo, porque vengo observando que estas categorías de análisis son variables en dependencia de las “modas” por las que vamos pasando. Del feminismo de la igualdad al feminismo de la diferencia, nos decían. Pero claro, ¿a qué se debe la “diferencia”? ¿Es biológica? ¿Es cultural? ¿Actúa de la misma manera aquí, entre nosotros, que entre, por ejemplo, las mujeres de Arabia Saudita? Y, dentro de las mujeres de la Arabia Saudita, ¿les afecta a todas por igual? ¿Tiene los mismos problemas en cuanto que mujer, la mujer del jeque que la mujer de quien le construye la casa al jeque? Es posible que algunos sean comunes, pero no es muy difícil darse cuenta de que la diferencia de posición social de ambos tipos de mujer va a generar más problemas de igualdad, en el sentido de la igualdad de mujeres y hombres, en la mujer de quien construye la casa del jeque que en la mujer del jeque. Lo que no significa que la mujer del jeque no tenga ningún problema, puesto que podría darse el caso de que teniendo un alto de grado de formación intelectual sea, de facto, más discriminada, desde sus expectativas, que la mujer de quien le construye la casa al jeque.

Trabajé, hace unos años, en un proyecto de la UE en el que nos preocupaban los problemas de ejercicio de la libre circulación que tenían las familias cuyos componentes adultos eran del mismo sexo. No todos los estados de la UE reconocen el matrimonio entre personas del mismo sexo y todavía queda alguno que ni tan siquiera tiene instituidas las uniones civiles no matrimoniales para estas personas. Se daba el caso de que familias basadas en el matrimonio entre personas del mismo sexo perdían los derechos de su país de origen cuando, por ejemplo, por motivos laborales, tenían que desplazarse a otro Estado miembro de la UE, pues no se les reconocía como matrimonio ni como unión civil. Me llegó un caso en el que una pareja de mujeres casadas en España, tras un accidente de tráfico en Francia, cuando Francia no reconocía ninguna unión entre personas del mismo sexo, fueron impedidas incluso del derecho de visita en el hospital en el que una de ellas había tenido que ser ingresada como consecuencia del accidente. Tuvimos que elaborar una “Guía” para la reclamación jurídica de derechos en estos casos. La no discriminación por razón de la orientación sexual, jurídicamente reconocida en los Tratados y en la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE nos sirvió de base al respecto, así como la jurisprudencia que había emitido el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Al menos teníamos una categoría jurídica clarificada: la no discriminación por razón de orientación sexual.

Otro caso sangrante: El cambio de nombre oficial de las personas trans, de aquellas que han cambiado de sexo. Fui invitada a un coloquio médico, en Italia, para que les explicara cómo lo trata la legislación española, pues ellos no tienen, no tenían al menos en aquel momento, legislación al respecto, sino que era una decisión del juez civil, cambiar el sexo en el registro oficial de la persona una vez que médicamente se hubiera producido tal cambio. Y allí mismo constato las dificultades: ¿Quién puede instarlo en el caso de menores? Se supone, ¿o no? que tal cambio, una vez efectuado es irreversible. ¿Qué condiciones médicas deben darse para considerarlo, pues, como definitivo? Los había que alegaban que no tenía por qué ser irreversible, pese a la inseguridad jurídica que ello producía. Aquí no teníamos claras las categorías jurídicas. No podíamos aplicar la no discriminación por razón de orientación sexual, ya que lo que se planteaba era un problema de identidad sexual, que nos reconducía a las categorías generales de mujeres y hombres, pero sin darnos la seguridad de que fueran plenamente aplicables.

Si, como se afirma, el género reconduce a concepciones sociales, vuelven a aparecer como pretendidas categorías generales, lo que es aplicable únicamente en el contexto del respeto, dentro de la igualdad y la no discriminación, a los derechos de las minorías, sean éstas derivadas de la raza, del sexo, o de cualquier otra condición social. Y, como tales categorías generales, aún dentro de tales minorías, volvemos a enfrentarnos a la categorización de mujeres y hombres, es decir, de algo que deriva del sexo, es decir, de la biología, aunque nos situemos dentro de cada una de tales minorías. Entonces, ¿dónde estamos las mujeres en estos marcos conceptuales? ¿O también ahí somos invisibles?

En otro estudio, esta vez dedicado a las mujeres en el Mediterráneo, constaté que, sobre la situación real de las mujeres, existen condicionamientos jurídicos según pertenezca o no a la Unión Europea, al Consejo de Europa, a la Liga Árabe o a otras organizaciones. Pero también que no por tener mayor cantidad de previsiones legales  la situación real de la igualdad aumenta; las constituciones tienen fuerza vinculante en Europa pero no cuentan con las mismas garantías de aplicación en la región MENA (Magreb y Oriente Medio). Y si nos fijamos en la situación socioeconómica, las mujeres de la región MENA tienen mayores dificultades y han de superar más barreras que los hombres en el mercado de trabajo; su tasa de escolarización es superior a la de los hombres pero sólo el 20% de las mujeres se sitúan en puestos de trabajo remunerados; su visibilidad política es también mucho menor, pues ellas ocupan muchos menos puestos de responsabilidad que ellos, a pesar de que en varios de los países analizados, las mujeres tienen un nivel de formación académica superior al que tienen los hombres, incluso en lo digital. Volvemos a la falta de visibilidad de un colectivo, el femenino, condicionada por factores que pueden ser legales pero que son, sobre todo, culturales, especialmente en la orilla sur del Mediterráneo, pero no sólo en ella.

¿Quién nos asegura que en la era de la globalización, en la era de reforzamiento de las redes sociales, la manipulación de los mensajes no tiene un impacto social que refuerza determinados estereotipos revictimizando, presentando a las mujeres como seres necesitados de tutela, diluyéndolas dentro de conceptos como trans, intersex u otros, en aras de deslegitimar la lucha por la igualdad? ¿Quién financia campañas que en nada ayudan a la igualdad real? ¿A quien benefician estas actitudes? Hemos visto demasiada demagogia, demasiado populismo y demasiadas fake-news por ejemplo, en la campaña del Brexit, o en lo que hemos podido saber de la actividad de entidades como Cambridge Analytica, o en el análisis de la información proporcionada por China y otros países no occidentales en torno a la Covid-19 y sus consecuencias, que no es ningún disparate pensar que también estamos “infiltrados” en el debate sobre género e igualdad, vaya Vd. a saber con qué finalidades. Son demasiadas preguntas quizás, pero denotan que es necesario un planteamiento profundo en el que no estemos en una disfrazada batalla entre sexos sino en una reflexión que tenga en cuenta la complejidad, sí, pero también la defensa de esos valores de libertad e igualdad que nos han caracterizado como sociedades occidentales y, especialmente, europeas.

(Texto de mi aportación al libro «Hombres y sombras» editado por Miriam Tey.


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