LA LUZ NO BRILLABA EN SAN JUAN

La primera vez que me topé de bruces con ETA fue en 1974 (o 75, no recuerdo bien). Estábamos en Pau (Francia) por cuestiones profesionales y el 14 de julio, fiesta nacional francesa, decidimos ir a conocer la costa atlántica sur, no lejos del lugar. A mediodía nos acercamos a San Juan de Luz, precioso pueblecito de la costa, y a primera hora de la tarde tuvo lugar la conmemoración oficial del día.

Un cortejo, con música, danzas populares, la corporación municipal con la banda/insignia oficial bien puesta, organizaciones vecinales, etc. Cerraba ese cortejo un macabro grupo de encapuchados, supuestamente la dirección de ETA, pues tenían su sede allí, que portaba una pancarta de lado a lado de la avenida con el lema «Euzkadi ta askatasuna». Me inquietó sobremanera que tuvieran el desparpajo de aparecer así en público, como si fueran una organización cívica más. Que ETA tenía su refugio allí era algo sabido. Se hacía notar en todo el sur de Francia, incluso en la propia ciudad de Pau, pero era algo más bien soterrado.

Ese día, la luz no brilló precisamente en San Juan. A lo largo del paseo, habían sido dispuestas unas mesas con algo parecido a una merienda y bebidas. Cuando terminó el acto, discursos de las autoridades incluídos, presencié boquiabierta cómo los encapuchados se dirigieron hacia ella, al mismo tiempo que la corporación municipal. Los integrantes de ambos grupos se sacaron capuchas y bandas y compartieron amigablemente el refrigerio. Nadie pestañeó.

Algo va mal, pensé. Muy mal. Cuando aquellos que sembraban el terror tenían ese acogimiento popular y oficial en Francia. Mientras, en España, se iniciaba el período conocido como «los años de plomo».

Más tarde, se cruzaron varias veces en mi vida, a veces con resultados trágicos, como el atentado de la Plaza de la República Dominicana, en Madrid, donde fue asesinado mi hermano Chus junto con otras 12 personas.

Pero el mayor problema no ha sido la banda terrorista. El mayor problema ha sido su zona de influencia, desde ese acogimiento en el sur de Francia hasta su inserción en todo tipo de organizaciones, especialmente, aunque no únicamente, en el País Vasco. Tanta ha sido su infiltración, en las universidades, en organizaciones cívicas, en partidos políticos, que una no ha dejado de sentir su presencia prácticamente a lo largo de toda la vida.

Cuando asesinaron a Chus, tuvimos incluso que aguantar pintadas en la puerta de la casa de mis padres, con loas a la acción terrorista, llamadas de teléfono intimidatorias… Tras los funerales, manifestamos públicamente, en familia, nuestro respeto y confianza en el Estado de Derecho, reclamando la aplicación de la ley. Nos preguntaron, directamente, si no reclamábamos venganza y respondimos con contundencia (hay grabaciones de ello) que siempre reclamaríamos la aplicación de la ley. En el fuero íntimo cada uno tuvo que afrontar la situación como pudo, tanto los mayores como los más jóvenes.

Para rebajar la presión que teníamos sobre nosotros, decidimos dispersarnos. Yo me fui con dos de mis hermanas y mi hija a la Bretaña francesa durante un tiempo. A la vuelta dejé la ciudad de Lleida con mi hija, pero la banda, y sus corifeos, no desaparecieron de nuestra vida.

15 de julio de 2020.


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