LAS DOS ORILLAS

He vivido en Perú y en México (además de en otros sitios, que tengo ya una cierta edad…) y el debate en esos países no tiene nada que ver con el que ciertos sectores han introducido aquí, derivado del socialismo bolivariano (Chávez, Morales y, en cierta manera, Correa).

A pesar de que en México el Día de la Independencia se cumple el ritual de ir a dar «el grito» contra España en la Plaza de Armas, no he sentido nunca rechazo alguno por española, aunque sí me he podido sentir “extranjera” en algunas comunidades con las que, aunque gozan de todos mis respetos, pocos lazos culturales podían unirme.

Lo mismo (recordemos el papel de «los americanos» en la elaboración de la Constitución de Cádiz, cuyas Cortes tuvieron como primer Presidente a un español del otro lado del Atlántico, Morales Duárez) en Perú, donde he comprobado que allí la gente corriente sabe mucho más de nosotros que nosotros de ellos, de nuestra Historia, tanto la que tenemos en común como la seguida ya por separado.

Tanto en un país como en el otro me hicieron notar que la independencia fue más querida, desde la perspectiva política, como rechazo al absolutismo reinante en España en el siglo XIX que por otra cosa (los levantamientos comienzan contra el absolutista Fernando VII y su legado). Recordemos que la Constitución de Cádiz era enarbolada por el liberalismo en medio mundo y que fue con ella en la mano que se iniciaron levantamientos contra el absolutismo, no sólo en la América hispana, sino también en Italia.

Y, al mismo tiempo, ellos mismos, en México y en Perú, constatan que la burguesía criolla que pudo encabezarla o apoyarla [la revolución transformada en guerra de independencia], no era ya sentida como española sino como del lugar, puesto que muchas veces sus raíces se encontraban ya hendidas en lo que ellos llaman «el suelo patrio» desde generaciones.

El genocidio… toda conquista, y ellos lo reconocen, comporta muerte y violencia, por el rechazo al extraño y, en esos supuestos concretos, también por las rencillas internas.

Los españoles, tanto en el Perú como en México, pudieron hacerse con el territorio, debido a la guerra civil interna que, incluso antes de su llegada, estaba presente entre las distintas etnias y comunidades. Es bien conocida la ayuda de tlaxcaltecas, otomíes y de otras tribus indígenas a Cortés contra los aztecas, debido a la tiranía ejercida por éstos sobre aquéllas, favoreciendo de este modo la toma de Tenochtitlan por los españoles y, no lo olvidemos, sus aliados, aunque todo ello fuera capitalizado por Cortés y los suyos. También es necesario recordar que el Incanato tenía sometidas a numerosas comunidades, algunas en régimen de esclavitud (normal en aquella época, no hay que verlo con nuestros ojos, ya habituados a otros parámetros) y que la guerra civil entre los “clanes” de Huáscar y Atahualpa fue hábilmente aprovechada por Pizarro para neutralizar la resistencia a la conquista.

Pese a todo, ellos no se sienten «exterminados»; pueden sentirse explotados, la mayor parte de veces por sus propios conciudadanos que, eso sí, suelen ser más «blanquitos» cuando son pudientes, pero no españoles desde hace generaciones. Aun así, el soterrado racismo que existe en numerosas ocasiones va disminuyendo. Y no es ya tanto a qué etnia, comunidad o grupo social perteneces (la pregunta del millón), sino cómo te sitúas como ciudadano ante todo ello y ante los sucesos políticos. Porque el interés por la política es mucho mayor allí que aquí. Y el debate político tiene una mayor, y mejor, tradición allí que aquí, salvo excepciones, claro.

Exceptuando los casos en los que, desde perspectivas ideológicas radicales, se intenta crear rechazo a España y, artificialmente, como se ha hecho aquí entre nosotros mismos, aparecen como verdades absolutas los argumentos que pretenden justificar los rechazos a identificarse con determinada simbología, podría afirmar que la cultura presente en los países latinos de origen hispano, aunque con rasgos propios, no sólo en cada país, sino dentro de cada uno de ellos, no ha generado ni genera rechazo a conocer su pasado colonial, que conocen mil veces mejor que nosotros, ni a renegar de las razones que les llevaron a la independencia.

No olvidemos que están «debajo» de Estados Unidos y que la influencia intelectual de la revolución americana sobre ellos fue enorme, además de la ayuda que, por razones geoestratégicas recibieron de los países rivales de España en aquellos años. El federalismo, muy enraizado en algunos países de Latinoamérica, el constitucionalismo de las libertades que toma como modelo a la propia Declaración de Independencia de las entonces trece colonias británicas, emitida en 1776 en Filadelfia y que daría la vuelta al mundo, fue el espejo ante el cual las élites políticas e ilustradas de la América hispana quisieron reflejarse.

Y no sólo existió influencia doctrinal de los “padres fundadores” de los EEUU, también la Ilustración y la Revolución francesa tuvieron presencia allí, impulsada por los exiliados europeos liberales y las propias tropas que Francia envió para ayudar a la independencia de estas colonias debido a su rivalidad con España en aquella época. Incluso Garibaldi, en su época de activismo liberal-revolucionario, tuvo influencia en Uruguay, México, Argentina o Nicaragua.

La antigua “globalización”, sin aviones y sin Internet. Pero globalización al fin y al cabo. Mismos referentes, mismas actitudes, similares problemas, influencias mutuas. No han estado tan lejos las dos orillas del Atlántico.

En esencia, lo que quiero expresar aquí es que he podido apreciar que no existe ningún tipo de «odio» hacia España o los españoles, con quienes reconocen haber tenido raíces y con quienes creen tener muchos más lazos comunes que los que desde aquí les suponemos. Siempre están pendientes de lo que sucede en España, a todos los niveles, con la facilidad que la lengua común les proporciona.

Y, aunque tienen un cierto «orgullo patrio», tampoco lo he percibido como étnico, sino incluso habermasiano: se sienten orgullosos como peruanos o como mexicanos porque están convencidos de que crearon un régimen de libertad, basado en el constitucionalismo liberal, como ilustrados que también fueron sus líderes.

Entonces, yo me pregunto: si ellos que, según quienes no quieren que se conmemore que formamos parte de una misma «comunidad política» desde que los «descubrimos» nos ven de esta manera, ¿por qué voy yo a menospreciarlos fingiendo ignorancia ante su pasado, que podría ser el nuestro, y su presente?

Es muy poco político este texto. O quizás es tremendamente político, porque la política no consiste solamente en analizar cartesianamente o con postulados filomarxistas nuestra historia y nuestro presente. Que unos cuantos «neoanticapitalistas» quieran tergiversar la Historia no puede hacernos caer en el error de creerles.

No es la «gloria del descubrimiento» lo que ha de presidir, desde mi perspectiva, el 12 de octubre, sino la conmemoración de la existencia de varios siglos de lazos comunes entre ciudadanos de ambos lados del Atlántico.

Dedicado a Paula Russafa y su otra orilla

L’Ametlla del Vallès, 11 de junio de 2016.


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